Jabín

El pecado es repulsivo para Dios. Y aunque ama profundamente al pecador, lo respeta tanto que -incluso- le da la posibilidad de decidir rechazar la oferta de salvación y amor eterno.

Jabín, el rey de Hazor. decidió que a fin de atacar a Josué necesitaba mucha gente. Para poder vencerlo, debía unirse con la mayor cantidad de reyes posibles y atacarlo. Consiguió organizar un ejército que era como “la arena del mar” (Jos. 11:4).

Sin embargo, Josué los venció. No quedó nada ni nadie con vida (Jos. 11:11). Josué fue un instrumento en las manos de Dios para ejecutar los juicios definidos sobre aquellos pueblos. Había una orden directa del Cielo, con la indicación de destruirlos.

La obra de Josué al frente del ejército israelita fue muy similar, aunque en escala pequeña, a la que el mismo Señor Jesús desarrollará en el momento de su venida en gloria y majestad. No hay una intención de “limpieza étnica”, sino de limpieza espiritual.

El pecado instalado en la región que Dios habla separado desde siglos antes para su pueblo, sería (y en los casos que no fueron destruidos, fue) un enorme problema para la vida espiritual del pueblo de Israel. La influencia de cada pueblo vecino sobre Israel se hizo sentir a lo largo de la historia, y siempre pasaba -negativamente- por los corredores de la vida espiritual del pueblo hebreo.

La destrucción de los 31 pueblos paganos fue tan necesaria para el pueblo de Israel como será la destrucción definitiva del pecado en el momento de la venida de Jesús. El pueblo de Israel no debería haber tenido ningún contacto con el pecado reinante en los pueblos circundantes, así como los hijos del Israel moderno no tendrán -después de la obra ejecutora de Cristo- ningún contacto con el pecado que reinó durante tantos siglos en esta Tierra.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor