El mensajero
Los israelitas han huido ante los filisteos “respondió el mensajero”; el ejército ha sufrido una derrota terrible. Además, tus dos hijos, Ofni y Finés, han muerto, y el arca de Dios ha sido capturada. 1 Samuel 4:17.
“Todo mal… y empeorando”. Hay días que podrían ser resumidos con esa frase. El versículo de hoy refleja una de esas terribles jornadas.
La historia comienza con una derrota del ejército del pueblo de Dios en la que murieron cuatro mil israelitas. Frente a este desastre, tienen la idea de traer el arca del pacto para que Dios los acompañara. Murieron 35 mil israelitas, los dos hijos de Eli, y los enemigos de Dios capturaron ni arca. Peor, imposible.
El personaje de hoy es un soldado de la tribu de Benjamín que huye de la batalla. Corre por su vida y trae un pésimo mensaje, multiplicado por tres. Me animaría a decir que empezó por la noticia menos trágica y fue subiendo el tenor de sus anuncios.
Mensaje 1: “Perdimos la batalla”. Me animaría a decir que los israelitas ya se habían acostumbrado a esta situación. También Elí. “Una más…” pudieron haber pensado.
Mensaje 2: “Murieron tus hijos”. El dolor del anciano Elí (de casi cien años y ciego) debió de haber sido terrible, pero Samuel y el otro profeta anónimo (1 Sam. 2) ya se lo habían avisado. Era triste, pero estaba preparado
Mensaje 3: “El arca fue capturada”. Este era el peor miedo que el anciano sacerdote tenía en ese momento. La Biblia dice, al respecto: “Allí se encontraba Elí, sentado en su silla y vigilando el camino, pues su corazón lo temblaba solo de pensar en el arca de Dios” (1 Sam. 4:13).
¿Por qué tiembla tu corazón? ¿Cuál es el centro de tus preocupaciones? ¿Cuál es tu peor miedo?
El informe dado sobre el arca trajo, como consecuencia, la muerte del anciano sumo sacerdote. No creo que el mensajero haya sido grosero, fue solamente veraz. No sé si hoy nos tocará decir alguna verdad tan dura y con consecuencias tan drásticas; pero si te toca elegir, escoge la verdad.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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